ABRAHAM Y SARA

El nombre Abram proviene del hebreo ab y ram que significa “padre alto [elevado, exaltado].” Luego Dios lo renombró Abraham, alterando ram por raham (similar al árabe ruham) que significa “padre de multitudes [pueblos, naciones].” También se especula que la palabra ham proviniera del hebreo hamon (heb. pueblos).


El nombre Sara proviene del hebreo Sarah, que a su vez tiene su equivalente masculino Sar y significa “príncipe, señor, jefe.” Igualmente, su variante femenino significa “princesa, dama, noble [mujer de alto estatus]” o “señora, jefa, capitana [mujer líder, imponente].” Puede que tenga su raíz en el acadio sharratu, título aplicado a las mujeres nobles en la antigua mesopotamia.

El significado de Sarai es incierto. Puede provenir del hebreo sarrá, que significa “contender, luchar, perseverar.”


Abraham (Abram en ese entonces) fue hijo de Terah y su esposa Amatlaí, que además fue madre de Harán y Nahor (de acuerdo al Talmud). Compartía con Sarai el mismo padre, pero diferentes madres. Probablemente cuando cumplió los 14 años, Abram la pidió por esposa.


Con el paso del tiempo, Abram percibió que Sarai no podía embarazarse. Sin embargo, demostró una fuerte convicción—y terquedad—al decidir no tomar otra esposa para evitarle daño a su amada. Seguramente su familia no vio esto con buenos ojos tomando en cuenta el contexto poligámico e idolatra en el que moraban. Su mismo padre tenía varios hijos con diferentes esposas. Sin embargo, Abram parece haber percibido la deficiencia de este modo de vida y se decidió por mantenerse fiel a una sola mujer, aunque esto significara el fin de su nombre y linaje.


—IIII—


Cincuenta años después, Abram y Sarai parecen resignados a la idea de morir sin familia ni descendencia, dispuestos a ser olvidados por las generaciones futuras. Terah, el patriarca de la familia, había decidido tomar a sus esposas, hijos, nietos, siervos y bienes para volver a Canaán, su tierra natal. Sin embargo, después de que la tribu se detiene en Haran, pareciera ser que permanecerán allí para siempre.

Entonces Yahweh Elohim se presenta a Abram y le dice:

—“Deja tu patria, a tus parientes y a la familia de tu padre, ¡vete a la tierra que yo te mostraré! Haré de ti una gran nación… Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan, ¡Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti!” (Génesis 12:1-3).

Aunque el relato no especifica la sorpresa de Abram, es evidente su ansiedad por obedecer al mandato de este Dios del cual no sabe nada mas que su nombre. Contrario a lo que se piensa, Sarai es la primera en apoyar a su marido, esperanzada con la idea de que esta deidad podrá cumplir el sueño de Abram y hacer de ellos no solo una tribu, ¡sino una nación!

Ambos prepararon sus bienes, a sus siervos y se despidieron de sus parientes antes de que los exprimieran con más preguntas y dudas sobre esta promesa que parece descabellada. Terah no aprueba esta decisión, ya que su hijo debería cuidar de él en su vejez. Sin embargo, Abram besa su mano en señal de respeto y volteándose con Sarai aferrada a su brazo se despiden de todo lo que conocen para adentrarse en una tierra completamente desconocida.


Viendo el plan completo, hoy podemos admirar la fe de ambos. Sin embargo, es probable que en ese momento solo los hubiéramos considerado un par de locos siguiendo una ilusión. Seguramente eso pensó el resto de su parentela hasta que años más tarde les llegase la noticia del nuevo miembro de la familia: Ishac.

Tanto Abraham como Sara fueron valientes y creyeron que quien les había hecho tales promesas cumpliría con ellas. Eso es lo que Dios desea de nosostros: Una certeza absoluta sobre algo que Él ya prometió. Una convicción tan fuerte que nada la pueda derribar… ¡eso es FE!

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